viernes, 5 de junio de 2009

DE QUIENES DEBEN SER ENEMIGOS

Son totalmente diferentes. Ni siquiera están en la obligación de conocerse. Ellos sólo comparten algo en común, pero es precisamente eso lo que los hace enemigos. ¿Enemigos? No… el adjetivo no es del todo bilateral. No hay conciencia mutua de la rivalidad que los envuelve. Sólo hay odio de un lado: el mío. Y cada modalidad contempla el punto de discordia desde una perspectiva totalmente desigual, curiosamente señalado a conveniencia.
¿Enemigos? No… Quizás competidores. Quizás sean sólo contendientes de algo que no deben dejar ir. ¿No deben? ¡Claro que sí! Uno de ellos sí debería dejarlo ir. Pero ninguno está dispuesto a apartar las manos, por más fuerte que se quemen al intentar acercarse a este punto de desacuerdo.
Ojalá y yo hubiese podido ser claro desde el principio. Dios, me hubiese evitado tantos problemas… Pero aún así no veo razón para que ello afecte mi enojo actual. Hay cosas que no puedo permitir, pero que tengo que sobrellevar con la mayor paciencia del mundo.
Bien, no queda más que no dar motivos que ameriten desplegar mi odio hacia el mundo del pasado. El pasado debe quedarse ahí, no debe infiltrarse en la mente. No debe crear un infierno futuro. No debe ser motivo de venganza, bajo ninguna circunstancia. Entonces, ¿por qué se tuvo que recurrir a esa instancia? ¡Claro! ¡Por mí mismo! Yo lo provoqué todo. Y quizás yo hubiese pensado en hacer algo parecido, pero no me hubiese osado.
Yo lo presentí, y no por ello luché por acabar con el problema en ese momento. Es decir, ¿para qué? Hasta me da lástima revelar las cosas que yo sé, aquellas que el enemigo teme (y necesita) escuchar. Ni siquiera creo que llegue a funcionar del todo. Puede que la situación empeore, y que pierda fuerza mi retrato de persona madura y tolerante.
En ese momento tuvo que haber ocurrido una batalla entre los dos “enemigos”. Al menos hubiese sido emocionante el decir las cosas de frente, sólo para romper la rutina. En fin, tal parece que nunca podré librarme de mi contraparte; nunca lo haré en cuanto siga pensando que lo es. No debería buscar culpables. No vale la pena, para nada. No merece mi odio. Confío en el motivo de discordia.
Es una cuestión de orgullo y honor. Debo mostrarme fuerte ante la amenaza exterior, que no se detendrá hasta vernos débiles y vulnerables. ¿Habrá algún método para hacer que las partes entiendan que no tiene sentido esta rivalidad? ¿Rivalidad? No… Sólo yo veo rivales. El odio no es recíproco. Y es esa ausencia de correlación lo que enfurece mi corazón. Debería haber odio en ambos bandos. ¿Será que el inmaduro soy yo, buscando problemas que no valen la pena?
Sin embargo, este odio nubla cualquier sentido de autocontrol. Cómo deseo que hubiera corrido la sangre durante la noche, sólo para probar que la enemistad puede surgir y morir en un abrir y cerrar de ojos. Claro… no hubiese sido correcto que yo provocase el terrible encuentro y que pretendiera cobrar una venganza espuria, sin fundamentos para justificarla. Así no sabe tan bien… Pero quizás, algún día, mi paciencia se agote… Sólo espero poder encontrar una buena explicación para no arrepentirme nunca, porque parece que la unión tendrá siempre una tendencia al caos, provocado irrevocablemente por la inoportuna insistencia de mi único enemigo.

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